Fatalidad: angustia por lo inevitable

Escuchando los disparos mi corazón se quebraba, miraba sin entender mientras los impactos dejaban orificios más pequeños que mis deditos.
Papá lo había hecho con sus manos de artesano para que asiente «mi culetín», Lo estoy viendo como si fuera hoy, aún me recuerdo sentado en él, la madera despintada por el uso, afirmándome con mis regordetas piernas para balancearme. Era pequeño y a medida, pintado de verde como lo estaba todo en casa, la puerta, el cielorraso, las paredes; yo lo disfrutaba, y aún está en uso en mi corazón, a pesar de que al intentar defenderlo alegaron que ya no me servía, que había crecido..
Me recuerdo con alegría sobre él.
Sentía Gozo balanceándome en él.
En el cuarto de baño que estaba a 20 metros de la casa, acostado con el asiento hacia adelante, lo fusilaron, no le dejaron la dignidad de morir de pié, vi saltar sus astillas.
Pero mucho más fusilaron en mi.
La confianza paterna, la seguridad que ella debería brindarme, la certeza de las cosas, la propiedad privada, y lo que es peor…
Hoy nos hablan de traumas y de improntas; volaron mi inocencia.
Cuando a veces me siento caminar sobre un tembladeral, aunque no sienta miedo, me duele la incertidumbre de ver que cada día la fatalidad despedaza lo que es mío sin poder evitarlo.
También con madera se crucifican los sentimientos.

Fatalidad: angustia por lo inevitable, impotencia ante el destino que todo lo absorbe, y lo fagocita.