Hijo de Chulio

El muchacho estaba sentado delante mío tomándose un café. en realidad ya estaba grande, unos cuarenta y pico. Tenia el pelo rojizo y algo de piel tersa como un resto de su otrora juventud. Antes de que se siente le había dicho – desde cuando te gustan los hombres? – vi que eso lo tomo por sorpresa y le aclare – Yo conocí a tu padre, el Chulio.
Agacho un poco la cabeza como en señal de un asentimiento resignado y no lo deje contestar, si yo sabia la respuesta.
Cuanto le habrá dolido a tu padre, tan macho. Porque el, alto, grandote, era el macho de la barra, yo lo
conocí a él, al Chino, a Bilonga, a Babel. Y cuando se dio cuenta que el hijo no era tan macho como el hubiera querido, algo cambio en su interior. Diría que casi desapareció del barrio-
Decime, tu abuela no era la que conocían como doña Memes?
Asiente el pibe, se nota que no sabe que hacer con un hombre grande.
En tu casa eran tres hermanos, o sea, tu padre, tu tía y otro muchacho, el mayor, ese que estuvo de novio nueve años construyendo la casa y luego en nueve meses se caso con otra. —a esa no la conocí— En la puerta de tu casa había unos arboles que tapaban el poste de la luz y, cada noche que regresaba a mi casa, la veía a tu tía sentada sobre el tapialito con el novio trabajando sobre ella. No se daban cuenta que yo me acercaba hasta que haciendo ruido con los zapatos les avisaba de mi cercanía, ellos se retenían unos segundos y yo pasaba raudo para que la pausa no los  desmotive.

—Te reís? Mejor no todos los recuerdos son risueños. Te cuento. Los otros días estuve con Bilonga, el me miro extrañado, así como lo hiciste vos, el no era marica, era uno de los machos de la barra, el no recordaba que habíamos tenido un enfrentamiento y que nos habían separado porque si no..
Se había enojado cuando yo me queje al dueño del bar porque cambio el canal de la tele, nadie dijo nada, al parecer todos le temían, me trato de botón y que me esperaba afuera. Lo hizo, me agarro de los pelos mientras yo manoteaba
en vano por pegarle. No lo dejaron, se tuvo que ir amenazando que no me quería ver mas por el lugar. Yo seguí yendo, el fue quien no volvió.
Estaba con el mismo sobretodo espigado de hace cuarenta años, siempre tuve la curiosidad de ver lo que el tiempo había hecho de aquel macho. Yo con sesenta podría regodearme de la decrepitud de un septuagenario. Abrió su abrigo y me mostró que andaba enfierrado. —Dame lo que tengas me dice— envalentonado.

Sos un boludo si pensás que vine a verte con plata encima, —y di vuelta mis bolsillos vacíos. —Que paso que
no fuiste capaz de ganarte la vida decentemente?
Me canse, hice de todo menos robar, pero la vida me gano. No hay jubilación que alcance. La
próxima trae algo de dinero, por los viejos tiempos, sabes?

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